La WishList 2012 de un tipo serio

¡Oh, navidad, divino tesoro! Hace a la gente más maja, a los perros más asustadizos (en serio, deberían ver a la perra de mi tía una nochebuena metida en su caja por los petardos) y a las empresas más predispuestas a hacernos felices. Es por ello que FNAC, en su infinita bondad, ha organizado un año más lo que llama “We Wishlist a Merry Xmas”. O en cristiano, “haz una wishlist en tu blog de los productos que quieres que no sobrepase los 2012 euros y a lo mejor papá FNAC te escucha y te lo regala todo”. Yo iba a participar el año pasado. Pero no me atreví. Este año sí. ¡Vaya que sí! ¡Con la crisis que hay y lo friqui que soy, necesitado de cositas que tiene la FNAC y yo no! Por ello mismo, ahí va mi WishList. O dicho de otra forma, mi “lista de deseos”.

Estimado Papá FNAC: Este año he sido muy bueno. Así que, si no te importa, me podrías traer…

Informática
- Un Apple iMac de 21,5 pulgadas (1149 €)
- Un AppleCare Protection Plan para el iMac (182 €)

Libros
- Un eBook Sony Reader Wi-Fi Rojo (199 €)
- “Cordero” por Christopher Moore (19.95 €)
- “Muérdeme” por Christopher Moore (19.95 €)
- “Algo huele a podrido” por Jasper Fforde (20 €)
- “Simpsons World: The Ultimate Episode Guide Season 1-20” (55 €)
- “Los Simpsons-Futurama Crossover Crisis” (25 €)
- “¡Para ti, que eres Joven! Cantan en Español” (7.50 €)

DVD/Blu-Ray
- La Temporada 6 de Perdidos en Blu-ray (69.99 €)
- La Temporada 10 de Los Simpsons en DVD (31.99 €)
- La Temporada 11 de Los Simpsons en DVD (31.99 €)
- La Temporada 13 de Los Simpsons en DVD (34.99 €)
- La Temporada 14 de Los Simpsons en DVD (41.99 €)
- La Temporada 3 de Doctor Who en DVD (32.99 €)
- Pack Fantasia + Fantasia 2000 en Blu-ray (36.99 €)
- Padre de Familia: La Trilogia en Blu-ray (34.99 €)
- “No es el Mesías (es un sinvergüenza)” en Blu-Ray (17.99 €)

TOTAL: 2011.31 Euros

Y ya, poco más. Ahora a esperar a ver si Papá FNAC lee mi carta. Ojala que sí, ojala. Porque yo hubiera seguido pidiendo cosas. Aún me faltaban la sección de Sonido, la de Música y la de Videojuegos. No obstante, estoy muy satisfecho con lo pedido. Porque sé que, tarde o temprano, lo aquí puesto iba a conseguirlo. ¡Feliz 2012, queridos lectores de este sacrosantísimo blog!


~ sábado, 31 de diciembre de 2011 0 comentarios

En memoria de mi mochila azul

Primer post desde hace meses. Y post que posiblemente no llegarán a entender en toda su magnitud. Lo explico mejor en el video que les dejo aquí abajo. Pero tengo que aclarar que la mochila azul llegó a ser como una parte más de mi anatomía. Les dejo con el video que grabé esta mañana. ¡Adiós, mochila azul! ¡Siempre me acordaré de ti! Y por “siempre” me refiero a “por lo menos durante una semana”.


~ lunes, 16 de mayo de 2011 0 comentarios

Reto personal: Una semana sin redes sociales.

¡Buenas noches, gente que ve esto por twitter y que decide entrar básicamente porque me conoce y sabe que me hace mucha de ilusión que esto lo lea alguien! Porque ya no hablamos de clientes habituales, claro. Esos dejaron de ser habituales en el momento en el que las propias entradas dejaron de serlo.

Verán. Siempre he sido amigo del auto-conocimiento y del auto-mejoramiento. Todo libro de auto-ayuda que cae en mi mano lo devoro, por poner un ejemplo. No para poder aplicar todas sus técnicas a mi vida diaria, claro (de hecho, puede que no haya aplicado casi ninguna). Pero sí que suelen contener dos o tres perlitas por libro que hacen que yo me sienta algo y tal. También me gusta muncho de ponerme algún reto. Reto que al día siguiente acabo dejando y volviendo a mis rediles. Luego lo pienso y posiblemente sean retos demasiado duros, demasiado largos o demasiado intimidantes.

Por ello me propongo estar esta semana que empieza sin redes sociales. ¿Por qué? Básicamente porque siento que me roban mucho tiempo. O igual no, pero es el mejor culpable que tengo. Así pues, con la esperanza de tener más tiempo para hacer cosas (que ha habido tardes que he estado las horas muertas con internet y no he hecho tres mierdas), cosas como por ejemplo actualizar este blog, empiezo este reto. Reto al que también sumo alejarme durante una semana del Google Reader. Aunque esto es solo por ver cuántas entradas se me pueden acumular en una semana. Curiosidad, que le llaman.

Así pues… ¡Twitter, tuenti, facebook, tumblr y demás redes sociales, nos vemos dentro de dos semanas! ¡Goodbye!


~ domingo, 13 de marzo de 2011 1 comentarios

Cosas Maravillosas

¡Hola, hola, pequeños seres endomorficos! Ustedes que no leen este blog porque no han visto mi tweet. Ustedes que son hartamente deleznables. Quizás por eso les quiero tanto. O algo.

Quizás ustedes no lo sepan pero sigo desde hace un tiempo cierto blog que se llama “1000 cosas maravillosas”. Este blog se dedica a, cada día, mencionar una de esas pequeñas cosas que hacen que la vida sea un poquito más feliz. No hablo de grandes desembolsos, no hablo de épicas conquistas. Hablo de pequeños detallitos que pueden ocurrir en nuestro día a día y que hacen que se nos ponga una sonrisita en la boca. No sé si me entienden. Total, uno de esos blogs que leídos diariamente te llena de positividad.

Llevo tiempo con la idea pasajera de crear la versión española del susodicho blog. No sé si sería capaz de actualizar todos los días hasta llegar al listado de las 1000 cosas. Por eso, mientras me decido y no me decido, les pongo aquí tres momentos que yo considero “maravillosos” y que se me han ocurrido estos últimos días. Si quieren más en inglés, tienen el blog que ya les comenté. Estos son los míos.

Conseguir subirte en el último autobús del día.

Imagínense la situación: están ustedes volviendo de una cena con unos amigos. Malditas las ganas de coger el coche así que han decidido ir y volver en transporte público. La cena se ha alargado un poco más de lo previsto (suele pasar si te lo pasas bien) y llegas a la parada del autobús un poco más tarde de lo que deberías. Miras el horario de autobuses y ves que el último hace dos minutos que salió. Estás planteándote coger un taxi (con todo el desembolso que eso supondría) o irte andando justo en el momento en el que, al fondo de la calle, ves que se te acerca un cartel resplandeciente. Una pequeña estrella de Belén que, en vez de cinco puntas, tiene escrito el número del autobús que necesitabas. Aquí está tu regalo de Reyes. Es una gran y MARAVILLOSA vuelta a casa.

Encontrar una pipa pelada en la bolsa de pipas

No me terminan de gustar las pipas peladas. Quiero decir: sí, están buenas y no hace falta  pelarlas. Pero las pipas son para comérselas de una en una. Si ya están peladas, no tiene sentido no comérselas a puñaos. Y ahí es cuando resultan pesadas y empiezan a faltarles el sabor. Además, se ponen rancias enseguida.

Por eso es una delicia cuando estás comiendo pipas con cáscara, metes la mano en la bolsa y, con el tacto, descubres una que ya estaba pelada. Te ahorras trabajo y tiene un delicioso saborcillo a salado que hace que todas tus papilas gustativas retocen de gusto.

¡¡¡MARAVILLOSO!!!

Encontrar una canción que tenías muchas ganas de escuchar.

En esta época de la información, todavía no hemos perdido la sana costumbre de no saber qué canción estamos escuchando. Ya sea porque no tenemos cierta aplicación en el móvil o porque no hemos pillado el nombre. Pero lo que no nos podrán quitar será la melodía, el ritmo, la música de nuestra cabeza. Y allí se queda, imperceptible. Hasta que un día (pueden ser semanas o meses después), haciendo una búsqueda random por Spotify o por youtube la escuchamos. Y entonces agudizamos el oído, tensamos los músculos del brazo y una gran sonrisa se apodera de nuestra cara. Sí, venga, dilo. Es ¡¡¡MARAVILLOSO!!!


~ sábado, 8 de enero de 2011 1 comentarios

Escribir por escribir 4: Historias tontas de Arkansas

[Atentos, no pierdan ripio y miren y soslayen el siguiente relato absurda y ciertamente no-propio de un hombre con un gusto tan refinado como el mío. Lo hice hace un par de semanas en dos horas en una mañana fría en un McDonalds del centro de Madrid. De ahí el detallito del McDonalds, creo. No tenía nada mejor que hacer y me puse a escribir. Sí, es como un “Escribir por escribir” pero con historia. Una historia que no tenía pensada. Fui escribiendo lo que me fue saliendo, sin detenerme a pensar apenas. Y  digo apenas porque a mediados del relato sí que intenté un poco que encajara todo. Pero lo intenté de la forma más vaga posible. ¡Disfruten!]

Erase una vez que se era, en un bonito pueblo del sur de Arkansas, vivía una pequeña niña llamada Clarividente. No tenía puesto fijo en el trabajo. Ni tenía casa propia. Pero era feliz y eso le bastaba. Eso y un hermano metomentodo al que, no obstante, ella quería como si fuera suyo.

Todo empezó un día en el que la pequeña Clarividencia salió a dar un paseo. Todo lo veía con una claridad cristalina. En ráfagas de color y olor que le nublaban el alma y le expandían el pecho. No, Clarividencia no tomaba drogas. Esas cosas eran para los campeones, no para ella. Pero sí podríamos decir que estaba bien contenta aquella mañana. A la misma conclusión llegó el carnicero cuando Clarividencia pasó por su tienda. Y justo a la misma conclusión también llegó el cartero cuando se la encontró. El medico (a la vez farmacéutico del pueblo), se convenció de que algo más le pasaba a la niña cuando la encontró tirada en el suelo gritando que era la reina del mundo y echando espuma por la boca.

Clarividencia se despertó en una cama muy mullida y con poca ropa puesta. No sabía dónde estaba pero el hecho de encontrarse medio desnuda le inspiró confianza. Observó la habitación. Recia a la par que informal, lo único que sobresalía en ella eran un par de armarios blancos justo enfrente de una mesilla de nácar con una silla hecha con una ostra perlada. ¿Perlada? Ahora que miraba mejor, le parecía una ostra tigre. Sí, esa era. Tan fea y despreocupada de la vida como la última vez que fue a la playa y la vio. Porque era esa misma. La misma que la había insultado y pegado aquella maravillosa mañana de Agosto. Y ahora estaba ahí, muerta y convertida en silla. Y Clarividencia la estaba mirando. "No sé", pensó la pequeña, "quizás el destino tiene un fino sentido de la ironía. O a lo mejor yo estoy loca y todo es una gran casualidad. Que también podría ser."

En esos pensamientos estaba cuando la puerta de la habitación se abrió. Por ella entró un hombre alto, de aspecto rudo. Llevaba gafas a lo Lady Gaga y pantalones de pitillo. Iba fumándose un pitillo que soltaba grandes cantidades de humo. Llevaba el cigarrillo entre los labios, que formaban una sonrisa que inspiraba de todo menos confianza. Pero ya hemos dicho que Clarividencia era imbécil (¿Lo hemos dicho? Creo que no.), así que lo único que hizo fue sonreir al doctor y desearle un buen día. "Buen día, pequeña Clarividencia. Te preguntarás que harás aquí en una cama desconocida y casi desnuda. No quiero que te sientas presionada, pero te has caído presa de un viaje de acido que, no sé cómo, has tomado. Soy el doctor Menguele y, mira qué casualidad, has caído justo enfrente de mi farmacia. Porque sí, soy médico, pero tambien soy el farmaceutico del pueblo. Creo que tengo por aquí algo que te puede ayudar... A ver... Ah, sí. ¿Te apetece comerte una porra? Tengo aquí una muy sabrosa". Y diciendo esto, sacó una bolsa de papel llena con tres porritas calenticas y crujientes. Clarividencia, sin notar las claras segundas lecturas que tenía el discurso del médico, saltó de alegría y cogió una de las porras de la bolsa. Luego, mientras se la comía glotonamente, se fijó en la cara de felicidad que tenía el médico. Pero como es un personaje que ya no nos interesa en la historia, desapareció al instante dejando a la niña sola.

Clarividencia notó como que se encontraba mejor. La porra había hecho su efecto y ya no precisaba de cama. Así que se levantó y se quedó de pie al lado de la cama. Miró hacía abajo y comprobó que sí, que estaba semi-desnuda. Pero no le importó. Al fin y al cabo era imbécil. Y aficionada al naturismo. Aunque ni siquiera sabía qué significaba esa palabra. Así que salió bailando de la farmacia. Bailó y bailó hasta su casa. Las ratas la seguían con aparente afición. Los vecinos la miraban con sobrada incredulidad. Su madre (que no era tal. En realidad era una tabernera del bar de dos pueblos más abajo.) servía jarras en el bar que regentaba ajena al hecho que se estaba produciendo en esos mismos instantes. Todos eran felices en cierta forma.

Llegó Clarividencia a su casa y cerró la puerta. Salió a recibirla su hermano Metomentodo. Estaba muy feliz de verle. Y él parecía muy... algo de verla. Tan feliz estaba Clarividencia de ver a su hermano, que terminó de desnudarse y le dio un beso en la boca. Luego siguió danzando a su cuarto. Metomentodo, más allá de sorprendido, se alegró por el buen estado de su hermana y se ocupó de las ratas que habían acompañado a su hermana durante todo el viaje. Estaban sedientas así que Metomentodo sacó una olla, la llenó de leche recién exprimida y se la ofreció a las ratas. Los animales bebieron de forma golosa. Coñe, la leche estaba bastante rica. Y era muy nutritiva. Una vez terminada la leche, los ratones sintieron la imperiosa necesidad de echarse la siesta. Metomentodo les tapó y salió por la puerta dispuesto a pedir algunas explicaciones.

El señor Kalashnikov estaba haciendo la ronda como cada día por el salón de su casa. Estaba retirado pero el oficio lo llevaba en la sangre. Así que todos los días iba por su salón preguntando a los muebles si necesitaban protección. Sí, podríamos concluir que era un poco raro. No obstante... ¿cuántos de nosotros no hemos hecho lo mismo en épocas de depresión? Yo sí, desde luego. Todos los días. Pero bueno, como iba contando, el señor Karashnikov estaba haciendo la ronda por su salón mientras miraba las horas que faltaban para su muerte. En ese momento, llamaron a la puerta. Maldiciendo entre dientes (no le gustaba que le interrumpieran mientras miraba la hora de su muerte), el señor Karashnikov dejó el salón y abrió la puerta de la calle. Metomentodo entró en la casa visiblemente cabreado y cagándose en todo. Como era de natural insincero, el señor Karashnikov le preguntó a Metomentodo que qué la pasaba. Metomentodo rompió a llorar mientras le contaba una apasionante historia de un chico que nació en el arroyo y se terminó convirtiendo en un sucedáneo de piloto espacial. Todo ello aderezado con emocionantes persecuciones y gratuitas escenas de cama. El señor Karashnikov escuchaba atento, sin perder ripio, a la narración de Metomentodo. Metomentodo era un hacha contando historias, así que era normal.

En su habitación Clarividencia se probaba modelitos invisibles enfrente de su espejo. Ninguno le gustaba, ninguno le quedaba bien. Todos le parecían muy chillones, con unas gargantas muy pronunciadas y ninguno merecedor del título de "mejor vestido imaginario". Porque sí, Clarividencia sabía que todos esos vestidos eran invisibles e imaginarios. Era imbécil pero no estaba loca. Bueno, sí, un poco. Pero hasta tal punto no llegaba.

Después de probarse los ciento y pico vestidos imaginarios que no tenía en su armario, Clarividencia se tumbó en la cama. Y lloró. Lloró amargamente pensando en los vestidos que no tenía y que la hacían tan feliz. También lloraba porque el tacto de su piel desnuda con el colchón de su cama hacía que tuviera frío. Y también lloraba por su hermano Metomentodo, por lo buen contador historias que era. Quizás debiera llamar al farmacéutico. Antes había desaparecido tan bruscamente que lo mismo no había sido más allá que un truco barato de la narración para hacer avanzar la trama. Y de eso él no tenía la culpa.

Bajó las escaleras de la casa y entró en el salón. Vio que en la cocina había mil trescientas ratas durmiendo la siesta tapadas con una manta. Se le encogió el corazón. "¡Oh, qué potito y qué herboso!" pensó mientras cogía el teléfono y marcaba el número del farmacéutico. "A mí me gustan grandes", soltó cuando al otro lado alguien descolgó el auricular. "A mí también", una voz femenina, presumiblemente de su madre tabernera, la contestó. Y entonces ambas se enfrascaron en una interesante conversación que duró horas. Y días.

El doctor Menguele se palpó cada parte de su recién aparecido cuerpo. ¡Estaba en casa! Miró la habitación en dónde había dejado a la pequeña Clarividencia. Allí no había nadie. Ni nada. Ni siquiera la cama deshecha o el armario nacarado que había allí antes. No se lo podía creer. ¡Esto clamaba vendetta! ¡¡¡Vendetta!!! Fue a la cocina, cogió un cuchillo y salió en busca del ladrón de cosas que le había robado a él todas las cosas. Y esta vez no tendría piedad.

El doctor Menguele corría por las calles del pueblo con una mirada de ira que asustaba a todo cuanto estaba en la calle. Los transeúntes se apartaban, los propietarios volvían a sus casas, los buzones de correos buscaban con desesperación una furgoneta de Correos, las farolas se apagaron (igual que fueran las doce y media de la mañana tuvo algo que ver) y los pocos niños que había por la calle a estas alturas de la mañana se acercaban graciosos a pedir explicaciones. Pero las explicaciones nunca fueron dadas. Por eso haya por dónde iba el doctor Menguele dejaba un rastro de niños llorosos. Porque era un seco y un cabrón.

Días después, la población se despertó con la noticia de la detención del doctor Menguele. Las autoridades habían descubierto que, lejos de ser un medico normal, era un dentista homologado y con pleno ejercicio de su profesión. El escándalo fue grande a la puerta de su casa. Todas las ratas que días atrás dormían en el suelo de la casa de Clarividencia y Metomentodo estaban en la comisaria, pidiendo la muerte más horripilante para el doctor Menguele. ¡Cómo se había atrevido a pasar por un doctor cuando era un vulgar dentista! Sólo por eso, pensaban las ratas, se merecía la "muerte por kiki". O peor, la no-muerte. En su celda, el doctor Menguele rezaba para que hubiera una nueva desaparición arbitraria de su persona. No la hubo. Pero sí que apareció muerto de forma sangrienta y cruel e inexplicable a la mañana siguiente. Al menos algo es algo.

En el otro extremo del pueblo, Metomentodo estaba terminando de contarle la historia al señor Kalashnikov. Una historia que, a estas alturas de la narración, ya se había convertido en un despropósito de proporciones bíblicas. Un despropósito tal que hizo que el señor Kalashnikov cogiera su metralleta y echara a Metomentodo de su casa con animación y alevosía. Metomentodo se encontró en la calle, sin más compañía que un pequeño transistor que le había regalado su abuela cuando cumplió los veintiuno. Por aquel entonces él solo tenía cinco añitos, aunque lo recordaba como si hubiera sido ayer. O lo hubiese recordado si no me entrara pereza de meter un flashback en plena narración, así que no, no lo recordaba como si fuera ayer. Tenía cierta idea vaga pero no lo recordaba como si fuera ayer. Confundido y compungido, cogió su transistor y lo vendió para cogerse un taxi y volverse a su casa. Total, las horas que eran no eran horas de andar paseándose por la calle. Pasadas las diez de la mañana, y eso lo sabía bien él porque normalmente era el responsable, ese barrio se volvía el lugar más inseguro del mundo.

El taxi lo dejó en el portal de su casa. Después de pagar al taxista con el transistor y un pequeño derrame cerebral, Metomentodo se bajó y entró en la casa. Observó horrorizado que los ratones ya se habían ido. "¡¡¡Nooooooo!!!", grito horrorizado mientras cogía la manta y la sostenía entre sus manos. No se podía creer que las ratas ya no estuvieran. Aunque las había traído su hermana hace días, se había encariñado con ellas. Y olvidando totalmente a las ratas, de repronto se acordó de su hermana. La buscó en su habitación, en la cocina y en el cuarto de la ropa sucia. No la encontró. Se estaba poniendo nervioso cuando pasó por el salón. Allí estaba su hermana desnuda tirada en el sofá hablando con alguien. Por el tono casi porno de la conversación, adivinó que se trataba de su madre. No pasaba nada extraño así que se convenció de que lo más sensato después de una buena historia como la que le había contado al señor Kalashnikov era echarse un ratito y dormir la mona. Y luego dormirse él, ya que estaba. Veinticinco minutos después, él y su mona "Catherine" estaban profundamente dormidos en la cama de él, abrazados y sonrientes.

Clarividencia seguía hablando de torsos desnudos y de culos excepcionalmente duros con su madre la tabernera. Llevaban días hablando pero a ella le habían parecido no más de veinte minutos. Quizás porque cada veinte minutos más o menos repetían los temas. Habían hablado de lo que se siente al montárselo con una mujer, de los últimos premios Oscar del Porno, de cómo la parodia porno de "Star Wars" era sin duda mucho más amena que el objeto de la parodia, de cuándo se puede comprar un vibrador al mejor precio y de torsos desnudos y de culos excepcionalmente duros. Iban a empezar otra vez a hablar de lo que se siente al montárselo con una mujer (su madre iba a contarle por veinticatorce vez cómo una vez se enrolló con una prima en el momento en el que dio a luz a Metomentodo) cuando Clarividencia se dio cuenta de que, oiga, se estaba haciendo pis y que no podía dejarlo más tiempo. Así que colgó a su madre (tras la promesa de ir a visitarla algún día) y se fue al baño. Pero en vez del baño, lo que se encontró fue una máquina prensadora de coches. Estaba dentro de una maquina prensadora de coches que en esos momentos estaba empezando a funcionar. Clarividencia pensó en que se trataba de otra broma de su hermano. No le faltaba razón. Echó un vistazo a la habitación de su hermano y descubrió que lo que estaba durmiendo con la mona Catherine no era más que un muñeco. Muy bien hecho y anatómicamente perfecto, pero simplemente un muñeco.

En ese momento, la casa se deshizo en volutas de arena y apareció ante ella la máquina más perfecta que había construido el hombre. Y coronando esa máquina, en una imponente sala de control, se hallaba el doctor Menguele con sonrisa maniaca y aspecto demacrado. Clarividencia le saludó con la mano mientras una ilusionada sonrisa le iluminaba la cara. El doctor Menguele la saludó y dio a un par de palancas. El aplastador de coches empezó a funcionar más rápido. Este iba a ser el final de la pobre Clarividencia. Jamás iba a volver a vivir. Jamás iba a sentir el calor de un hombre. Jamás iba a tener oportunidad de viajar a Disneylandia. Y, sobretodo, jamás iba a tener la oportunidad de ver a su hermano Metomentodo. O eso pensaba ella, porque en el último segundo salió de debajo de la sala de control del doctor Menguele y la saludó. Clarividencia le devolvió el saludo antes de desaparecer dentro de la máquina aplastadora de coches.

El doctor Menguele miró su obra maquiavélica con cierta tristeza. Pensar que había matado a Clarividencia sin ningún sentido ni sensibilidad le llenaba los ojos de lágrimas. Bajó la mirada a Metomentodo, que aún andaba debajo de la mesa de mandos y le preguntó que si quería ir a comer algo. "¡Sí, claro!", Metomentodo saltó de alegría. El doctor Menguele también saltó de alegría. Se cogieron de la mano y salieron todos juntos de la impresionante máquina mortal del doctor Menguele en busca de un McDonalds.

El señor Kalashnikov, una vez se hubo marchado Metomentodo, guardó la ametralladora y sacó su pipa de fumar. Cogió el correo del día y utilizó uno de los sobres como tabaco para su pipa. Luego cogió otro y lo prendió para encender la pipa. Y mientras le daba chupadas a su pipa rezonzongando de gustico, miró el tercer sobre y lo abrió. Era de su casero, a pesar de que la casa él la había comprado hacía ya veinte años y era completamente suya. Le decía que debía catorce millones de la renta y que por eso le echaba, que ya podía ir empaquetando todas sus cosas. Empaquetó a su perro y cerró la puerta completamente decepcionado. Si el casero quería cortar con él, ¿por qué lo había hecho por carta? Era completamente absurdo. Se puso en marcha y no tardó en encontrar un anuncio que decía que se vendía un pisito  por cien pesetas, que era amplio y tenía posibilidades. Sin seguir creyéndose su buena suerte, el señor Kalashnikov llamó y reservó una cita para ver el piso para dentro de cinco minutos.

Cinco minutos después, el señor Kalashnikov entraba en la cárcel del pueblo. El policía le acompañaba hasta la celda del doctor Menguele. "Hola buenas, soy el doctor Menguele y este es el pisito que quiero vender. Como verá en realidad es una celda pero, eh, tiene una ventana con barrotes y está al lado de la celda de estos graciosos asesinos en serie. ¡No tarde mucho que ya tengo tres o cuatro ofertas!". "¡Mío es!", gritó de júbilo el señor Karashnikov mientras le daba las cien pesetas al doctor Menguele y este le daba las llaves. Llamaron al policía para que dejara pasar al doctor Menguele e informara al señor Kalashnikov de las nuevas normas que regían la cárcel. Mientras el doctor abandonaba el presidio, el señor Kalashnikov se aclimataba a su nuevo hogar y hacía nuevas amistades con sus vecinos, que resultaron ser grandes admiradores de su trabajo y de sus técnicas criminales. Cosa rara, pensó el señor Kalashnikov, cuando él nunca había hecho nada criminal. Pero bueno, pensó, quizás es que vienen de Arkansas y allí eso se estila. A saber.

El doctor Menguele se hallaba feliz de estar otra vez en la calle. Eso le daba la oportunidad de experimentar con otro tipo de medicina. "No más dentista", se auto-convenció, "quizás debiera empezar a ensayar para doctor loco egocéntrico. Lo mismo eso se me da bien". Así que buscó una casa en la que construir su mega-maquiavelica máquina perversa. Y la encontró. Y en cosa de treinta segundos la había desmontado y había instalado en ella una cabina de control y un prensador de coches. Iba a instalar más pero le pareció que podía hacer ruido y alguien le podría descubrir. Total, si era solo para probar, tampoco pensaba hacer nada exactamente malo.

Varias horas después, el señor Kalashnikov ya había dado cuenta de las comodidades de su nuevo hogar: comida apestosa, un sueño muy tenso, unas duchas completamente frías, un jabón que se caía más veces de lo que era habitual... Se sentía muy feliz y consideraba que, a raíz de la oferta que le habían hecho, debía algo a la comunidad. Así que se propuso buscar trabajo. No pasó ni un minuto cuando, de forma súbita, estaba sirviendo en el McDonalds del pueblo.

El doctor Menguele y Metomentodo entraron en el McDonalds justo en el momento en el que el señor Kalashnikov empezaba su turno de trabajo. Los tres se miraron, jurando por sus respectivas madres que se habían visto y que se conocían. Pero ninguno de los tres pondría la mano en el fuego ante tal afirmación, así que se separaron y se fueron a hacer sus cosas: El señor Kalashnikov a freír patatas, Metomentodo al servicio y el doctor Menguele a rellenar el libro de reclamaciones de absurdas teorías y complejos planes irrealizables. Cerraron el McDonalds a la semana cuando los tres intentaron pensar un poco y apareció por ahí Clarividencia diciendo que era la reina de los lagartos. Nadie la entendió. FIN.


~ lunes, 3 de enero de 2011 0 comentarios

Mis propósitos sin cumplir del año 2010 y los que seguro cumpliré en 2011

¡Buenas noches, gente que me lee porque lo digo en el twitter! Porque seguro que la gente que mira esto todos los días para ver si actualicé ya pasó y se fue a ver otro blogs. Porque es una vergüenza, endeverdás.

Bueno, pues… ya se acabó el 2010 y entramos de lleno en el 2011. No sé si recuerdan cierta entradita que hice hace hoy un año con mis propósitos para el 2010. ¡Pues toca hacer balance! Así de primeras, lo de adelgazar y no volver a recuperar lo perdido no lo he cumplido. Estoy igual de gordo (quizás uno o dos kilos más de hecho) aunque sigo intentándolo, que conste. Lo de dejar segundo y meterme en tercero de carrera sí que lo cumplí. Claro que ya sabía que lo iba a cumplir. No me ha quedado otra. Lo de actualizar este blog y mi clus de HL al menos una vez a la semana… lo he conseguido a medias. Si bien ustedes pueden ver que con el blog no lo he conseguido (y ahora pueden llamarme despreciable. No les diré lo contrario.), con el club de HL sí que he llegado a algo parecido. Con lo del trabajo… pues ahí sigo buscando. No será por mí por lo que no he cumplido ese punto, que conste. No he ahorrado, leí más libros el año pasado en seis meses que este año en un año entero (dos menos, si preguntan) y sí que me fui de vacaciones. Aunque ya sabía que me iba a ir de vacaciones así que ese propósito lo puse un poco por evitar la sangría de esta entrada. Lo de ser feliz… se puede decir que sí lo he sido. Las tuercas se han apretado durante los últimos meses, pero no se puede decir que no pueda seguir sintiéndome afortunado.

Y hasta aquí los propósitos del 2010. Como ven, la mayoría no los conseguí. Y los que sí conseguí fue porque en realidad estaba seguro que los iba a conseguir. 2010 fue un año de mierda, un año en el que llegamos a lo más bajo. Miremos el lado positivo: 2011 no puede ir peor. Así pues… ¡Ahí van mis propósitos para el año 2011!

1. Viajar. A poder ser a algún país anglosajón. Quiero volver a Londres o ir a Nueva York. Cualquiera de esas dos opciones me entusiasmaría cosa bárbara.

2. Encontrar un trabajo. Difícil y ardua tarea pero posible. ¡Maldita sea! Si en España hay millones de personas que están trabajando y ganan dineros, ¿por qué yo no? Ya si trabajara en un Fnac, un corte inglés o una casa del libro sería como estar en el cielo ciertamente. Tampoco le haría muchos ascos a trabajar en un Game, miren.

3. Adelgazar. ¡Oh, clásico de entre los clásicos de los propósitos de año nuevo, yo te invoco!

Y poca cosa más. Sí, solo son tres. El año pasado eran ocho. Pero el año pasado puse algunos solo por quedar bien o por engordar la cifra con cosas que más que propósitos eran certezas. Este año paso. A día de hoy esto es lo que realmente quiero conseguir en este nuevo año. El resto me da igual. O realmente no es tan importante, miren. ¡Nos vemos… no sé cuando, pero nos veremos!


~ sábado, 1 de enero de 2011 1 comentarios