Delito inconfesable

~ jueves, 7 de enero de 2010

Nadie sabía lo que allí pasaba. La policía había acordonado la zona y no dejaba pasar a nadie que no estuviera previamente identificado. Alrededor se había formado un corrillo de gente que miraba curiosa la escena. Un par de televisiones locales y alguna nacional ya tenían a sus respectivos corresponsales de pelo engominado y mirada indiferente fingiendo algún interés mientras daban la crónica para las noticias de la tarde.

El inspector hizo acto de aparición. Después de identificarse y pasar el cordón policial, se acercó a un agente y pidió el informe de la situación. Según se lo iba contando el agente, el inspector no podía dar crédito a sus oídos: el caso era verdaderamente retorcido. Un caso de los que nadie sabe cómo tratar. Una autentica atrocidad contra-natura. El inspector calló al policía: no quería oír más. Eso era demasiado para él. Se iría a su casa y tendría horribles pesadillas. “Y mira que llevo ya veinte años de servicio, ¿eh? Pero esto me supera…” Se arregló la gabardina, echó un ojo al escenario del crimen mientras pegaba un respingo y cruzó el cordón policial.

La escena del crimen era un banco de madera en pleno parque del centro de la ciudad. Allí seguía sentado el sospechoso, un venerable anciano, que miraba como su víctima era atendida por los servicios sanitarios. “Stress post-traumático” le habían diagnosticado al pobre iluso. Un hombre de treinta y pocos que había visto, sin él quererlo, como ese “depravado anciano”, como él lo llamaba, le había felicitado la navidad con una amplia sonrisa. ¡Le había hablado sin conocerle! Y lo que era peor… ¡le había felicitado la navidad estando a finales de Diciembre! ¿¡Se podía ser más despreciable!?

El anciano fue detenido, puesto a disposición judicial y acusado por “felicitación de fiesta religiosa con ánimo y alevosía” a cinco años de prisión. Murió a los tres por felicitarle el Domingo de Resurrección a un asesino confeso. Los guardias no pudieron impedirlo.

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